Háblame de sexo mientras pedaleo

Foto: Angel Marqués Dolz

Foto: Angel Marqués Dolz

Tal parece que Joaquín Sabina se los sopla al oído, o el propio Freud les hace cosquillas en sus egos. Falso. Aquí hay menos sofisticación de lo que se presume y más espontaneidad de la que se sospecha. Son los dueños de los bicitaxis los que, sin mucho esfuerzo mental y con dudosa inspiración divina, eligen los nombres de sus vehículos con los que se ganan la vida. Son los nombres de lo que ellos llaman, como tantos otros, “la lucha”.

“Todo el mundo coge coche”. La frase suena a teorema. Y de cierto modo lo es en la zona más antigua de La Habana, surcada día y noche por una flota de bicitaxis, unos más rústicos que otros, que se mueve al estilo de un avispero caótico. Son cientos, en todas direcciones.

Apostado en la calle Muralla, antigua arteria comercial de los askenazis que huyeron de las guerras europeas, P. espera por un “encargo”. Llevar unas papas a una cliente, tres esquinas abajo. En la visera de su carro se lee El ke mueve La Habana. “¿Por qué la K y no la Q?”. “No me cabía”, responde. Entendida como estrategia visual de impacto, el pronombre relativo QUE ocupaba un espacio intolerable. P. lleva prisa. En minutos tendrá otro “mandado”. Transportar un par de sacos de cemento de un almacén cercano y dejarlos en la puerta de otra clienta. “En realidad esto es lo que está moviendo La Habana ahora”, dice y comienza a pedalear, después de un estrechón de manos. Por unos metros, va contrario al tráfico, por eso se cruza con El majadero.

“El único nombre que no está repetido es este”, dice un hombre huesudo, tocado con una gorra blanca y collares y pulseras de cuentas blancas y azules, para explicar su elección. Lleva dieciséis años “luchando” en el negocio: “¿Y ser El majadero, te trae más clientes?” “No, igual, pero me gusta que me digan así”. “Y la salud, se resiente?”. “Más o menos… Ya yo estoy para retirarme. Tengo cuarenta”. No le puedo sacar fotos. “Estoy de iyawó… Nunca me he tirado ninguna (después de iniciado en la regla de Ocha), pero dicen que no sale”. “¿Y por qué?“ . “No sé. Yo respeto la religión”.

Abramos el abanico de nombres. Vernáculos: Chiqui la maldad, El riki ricón, Papito te lleva. El abaranguero. Ná pa tu lengua. Pupito, el sabroso. Morbosos: Sangre, sudor y lágrimas. Provocadores: Háblame de sexo. Extranjerizantes, sin reparar en faltas ortográficas: The poison, Crazy Charlie, The voyage, Marlboro, No fear, Rocky. Pretensiosos: El poderoso, El inmortal, La tentación. Plagiadores: La masacre musicalEl amo de las bestias. Religiosos: La bendición. Melancólicos: El solitario. Desafiantes: El eterno rival. Belicosos: Letal, El guerero. Irónicos: El papá de los pollitos. Épicos: El sobreviviente. Agoreros: Allá tú si no montas.

“La esencia lingüística del hombre es por lo tanto nombrar las cosas”, advierte el pensador alemán Walter Benjamin.

bicitaxi el temba

El temba soy yo

“Desde hace 22 años me dicen el temba. Mi cara nunca fue muy joven. Aparentaba tener más edad”, concede con 61 años en las costillas. Tal vez fue la exposición solar por las dos décadas de marinero en un mercante y sin embargo, R. no tiene quejas de su rostro. “Eso me ha traído buena suerte, gracias a Dios”, afirma, mientras aparca su carromato en la calle Teniente Rey, a un costado de la plaza del Cristo para hablar con mayor soltura con OnCuba.

“Sin faltarte el respeto, te puedo enseñar la cartera. Hoy he hecho 37 pesos”, dice para referirse a los CUC, la divisa que vale 24 veces lo que vale el verdadero peso cubano. Tal suma en la billetera de R. lo convierte en un hombre de éxito, gracias a que recogió “a dos yumas” (turistas extranjeros). “A ellos le da gracia el nombre de temba”, porque, alega, han escuchado la canción de los Van Van. En el tapiz de los asientos del carromato, aparece el nombre de Italia bien visible, ostentoso. “Los italianos son más beneficientes… a diferencia de turistas españoles, chinos, angolanos”.

El temba es un tipo pintoresco, de esos que toda ciudad exhibe en su retablo de personajes. “Todos me llaman así. Y yo me siento muy contento”. Toma vitaminas que su hermana le envía desde Miami y corona sus esfuerzos atléticos con Pepa negra, un estimulante sexual hecho de elementos vegetales, a partir de una fórmula china, que se mantiene en sangre por setenta y dos horas. “La tomo para ayudarme, cada tres días. Me dilata las venas y por si se presenta alguna pepillita”, confiesa, mostrando la envoltura de la píldora que cuesta un CUC.

Lo provoco: “Ahora hay muchos con la bandera americana. Está de moda”. “No, no me interesa”, espeta y no deja pasar la oportunidad para la advertencia que está en la mente de muchos cubanos: “Ahí nos estamos jugando un juego de azar… Ellos van a sacar su provecho. Política, ideológica, económicamente, en todo sentido. ¿Cómo es eso de aceptar que tú seas amigo mío al final del mandato tuyo y del mandato mío…? inquiere, para luego lanzar reproches, como muchos del gremio, contra la invasión de competidores ilegales: bicitaxistas que acuden de pueblos aledaños a la capital y otros de mucho más lejos: del oriente del archipiélago. “No tienen papeles, son piratas. Los cogen, le trancan el coche y por la noche van a recogerlo. Pagan y se van. Hay mucha corrupción”, dice.

Foto: Angel Marqués Dolz
Foto: Angel Marqués Dolz

Los de Oriente

Las quejas son compartidas por Y., un joven entrecano y fortachón que maneja un coche bajo el nombre de El pequeño. Está parado a unos metros de la Terminal de Ferrocarriles, una zona propicia para clientes que llegan de todas partes del país. “Casi siempre le ponemos el nombre que se identifica con nosotros, o un apodo, o algo que nos gusta. Yo le tenía puesto al mío anterior El chacalito, pero me gusta más Junior company. com.”

El pequeño trabaja únicamente de día. La noche es peligrosa, muchos borrachos eluden el pago del pasaje y los inmigrantes, “por la falta de papeles”, acaparan la nocturnidad del negocio. “De noche te pueden robar el coche, cortarte, eso mayormente se ve a fin de año”, cuenta y clama por la lluvia, que se ha vuelto un artículo de lujo, envolviendo a la ciudad en una sequía preocupante y un calor de mil infiernos. “Cuando hay mal tiempo, hay buen tiempo para nosotros. La gente no quiere mojarse. Tiramos las cortinas y el cliente no se moja”. Tiempo atrás, El pequeño pedaleaba con música, pero quitó la reproductora ante el acoso de los inspectores que exigían documentación del aparato. “Qué papeles si es un invento criollo, a partir de reproductoras viejas, adaptaciones para flash o para plug de celulares”, explica. “Se han vuelto abusadores. Te la quieren decomisar. Antes de perderla, no la pongo”.

Pero muchos prefieren desafiar a los fiscalizadores y confiar en la música como un factor de competitividad. Que se lo digan a F., un hombre de 56 años que parece diez más viejo, cuyo coche fue bautizado como La bala por la velocidad que le imprimen sus flacas piernas. “La cosa es que esté bonito, cómodo, que tenga música. La música hala gente. Principalmente la juventud. Los extranjeros también piden mucha música”, narra este bicitaxista que hace unos años vio cómo dos turistas se apeaban de su coche para abordar un segundo que lo escoltaba con estridentes altavoces.

Lleva 17 años dando pedal. “¿Las piernas le responden?”. “Esto es adaptarse. Lo que no puedes es coger vacaciones. Después las piernas no te responden. Se te aflojan y tienes que volver a adaptarte”, explica, mientras levanta el vehículo, cuyo cuadro fue hecho a partir de tuberías hidráulicas. “Pesa como loco”. Es un mastodonte de unas doscientas libras, cuyas ruedas están lisas por el uso. “Una goma vale 60 fulas. Quién compra eso”.

Foto: Angel Marqués Dolz
Foto: Angel Marqués Dolz

Una inversión semejante pudo hacerla el dueño de Harley Davidson, un carromato espléndido en manos de H., un joven de unos treinta años que eligió el nombre a partir de la nostalgia. “Mi abuelo tenía una Harley. Yo era chiquitico y me montaba en ella”, recuerda y acto seguido habla maravillas de su visera, que además le protege del sol y de la lluvia.

En una esquina aledaña se parquea Bad boy bajo la sombra mezquina de un arbusto. “Vi el nombre en un letrero y como nadie lo tenía…” “¿La gente sabe qué quiere decir eso?“. “Los yumas sí. Los cubanos a veces”. Este hombre reside en el Cotorro, un municipio a unos 25 kilómetros al sur de La Habana. Aunque debidamente acreditado en el negocio, teme ser expulsado del territorio de operaciones de La Habana Vieja. “Nos quieren botar de aquí. Hay días malos y días buenos”. “¿Y si se montan dos gordos?” “!Múltalos! Según el peso, así pongo la tarifa”. 

Fabricar las viseras es un negocio floreciente. Cuestan cinco CUC. La mayoría son de un plástico fino, que se parte al menor golpe en los parqueos. Antes las hacían de una lámina de cinc, pero al parecer la materia prima escasea. Otra de las señas de identidad son las frases escritas en la cara exterior de los asientos. “Que Dios te dé el doble de lo que quieres para mí”, es uno de los lemas, que en su mayoría, refieren rechazo a la envidia y la competencia malsana. También se capitalizan las imágenes codificadas por la tradición supersticiosa. Una lengua atravesada por un puñal o un clavo significa un conjuro o resguardo contra la verbalización de malos pensamientos. Las plegarias no faltan: “Poderoso Dios. Alabado sea tu nombre”, se lee en el remate de uno de los vehículos.

Sin embargo, la mayoría de los coches no llevan rótulos. Ni delante, ni detrás. En cualquier caso, la más universal de las palabras, taxi, pintada sin mucho esmero, sobre alguna tablilla en la parte frontal del vehículo, es todo en materia de identificación. “A mi no me interesa nada de eso. Ningún nombrecito. Lo mío es que el carro esté limpio y se vea cómodo”, asegura un conductor arrellanado en el asiento trasero de su coche, cuando en medio del diálogo pasa una turista en short, camiseta y una cabellera rubia. “Con eso no me hace falta ningún nombre. Hasta los muertos me paran… ¿Qué tú crees…?” y suelta una carcajada sin dejar de mirar a la chica que se pierde por una bocacalle empinando el trasero.

Foto: Angel Marqués Dolz
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