La fascinación del cine estadounidense con Cuba y las cosas cubanas es casi tan antigua como el cine mismo.
Primero la Isla fue paisaje, lente abierto para filmar escenarios diversos de la Guerra Hispano-norteamericana.
Luego fue epifanía, música, turismo y romance, acaso la perspectiva históricamente más socorrida de Hollywood, típica de filmes como Weekend in Havana (Walter Lang, 1941), con Alice Falle y Carmen Miranda; Guys and Dolls (Joseph L. Mankiewicz, 1955) con Marlon Brando, Jean Simmons y Frank Sinatra, Habana de Sidney Pollack, con Robert Redford (1990).
Más recientemente, Chico and Rita (Errando, Trueba y Mariscal, 2010), dibujo animado cuya acción transcurre en varias capitales del orbe, una suerte de peculiar coletazo de Buena Vista Social Club.
También Cuba resultó terreno propicio para reflejar convulsiones sociales y revoluciones, a la manera de We Were Strangers (John Huston, 1949), drama antimachadista que desemboca por lógica propia en lo que probablemente sea uno de los más desastrosos intentos de cine político que en el mundo han sido: Cuban Rebel Girls (Barry Mahon, 1959), un culebrón en plena Sierra Maestra protagonizado por un Errol Flynn ya por entonces con la capa de Robin Hood demasiado raída y el codo demasiado fracturado.
Pero el imperio de las mafias pre y posrevolucionarias cubanas no ha sido uno de los platos fuertes de esa mirada, excepto en Scarface (Brian de Palma, 1983), la historia de Tony Montana (Al Pacino), evocada sobre todo por reflejar el nivel de violencia de Miami después del Mariel.
Para darle de ancho a esta última perspectiva, la Paramount adquirió los derechos de The Corporation (2018), libro del irlandés-norteamericano T. J. English que prolonga una línea de no ficción cultivada por Truman Capote (In Cold Blood, 1966), pero no sobre la violencia misma sino sobre las migraciones y las mafias en los Estados Unidos.
Se trata de un ciclo inaugurado por este autor en 1990 con The Westies, sobre la mafia irlandesa en New York, continuado con Born to Kill (1995) –esta vez sobre una pandilla vietnamita en el barrio chino de la Gran Manzana– y diez años después con Paddy Whacked, una historia del gansterismo irlandés desde la época de la gran hambruna (1845-1849) hasta nuestros días.
Havana Nocturne (2008) constituye la primera incursión de English en temas cubanos, en este caso en la mafia norteamericana y su alianza con Fulgencio Batista durante los años cincuenta, esos donde se mezclaban indistintamente el glamour, la música y el sexo con la conspiración y la muerte.
Esta experiencia, sin duda, devino el aguijón para escribir The Corporation, que hurga en la mafia cubana en Estados Unidos, tema bastante poco conocido para el gran público, aunque con una historia que, contrariamente a lo que pudiera asumirse, no se inicia en 1959 sino se remonta a la segunda mitad del siglo XIX con la fundación de Ybor City, la llegada de la bolita a esa ciudad, procedente de la Isla, y el contrabando de alcoholes durante la Ley Seca.
Bajo la férula de Santo Trafficante Jr., el mafioso que pasó al frente de los negocios de la familia a la muerte del padre, hicieron su debut en el bajo mundo personajes como el cubano-americano George “Saturday” Zarate, nacido en Tampa de padre tabaquero y destacado protagonista del tráfico de cocaína procedente de Suramérica utilizando a Cuba como trampolín para introducirla en la Unión.
La historia del filme gira en torno a José Miguel Battle (La Habana,1929-Carolina del Sur, 2007), conocido como “El Padrino” o “Sir Corporation”, personaje que será interpretado por Benicio del Toro, cuyas conexiones con lo cubano vienen de lejos, entre otras cosas por haber encarnado al Che Guevara en una actuación que muchos consideran de leyenda.
Partiendo de su condición de policía de Batista y de participante en la aventura de Bahía de Cochinos, a su regreso a los Estados Unidos después de dos años preso, Battle comenzó a construir un imperio –fabricado sobre bolita, droga y sangre– entre New Jersey, New York y Miami que llegaría a manejar 45 millones de dólares anuales y a extender sus tentáculos por Suramérica, Centroamérica y España. Por supuesto, con sus correspondientes e inevitables articulaciones con la política.
Dice al respecto English: “En sus propias comunidades los de la Corporación no eran vistos como delincuentes. Todos se vieron desposeídos por la Revolución y de alguna manera por la participación del gobierno de los Estados Unidos en los asuntos internos de la Isla. Debido a que no estaban ni aquí ni allá, se guardaron para sí mismos en Miami conservando su lenguaje y su feroz devoción a la tierra de su nacimiento”.
Los años 80 marcaron el punto más alto de su ejecutoria; el nuevo siglo, su caída, es decir, la muerte en una cárcel de Carolina del Sur mientras se le trasladaba a otro reclusorio federal con una sentencia de veinte años a cuestas.
Una peculiaridad de este empeño consiste en que el libro fue comprado por Hollywood antes de escribirse, dato no usual pero tampoco esotérico. Cuenta English: “envié una propuesta de 120 páginas sobre el libro que tenía la intención de escribir. Lo tenía conceptualizado en mi cabeza de principio a fin (…). En mi experiencia, siempre vale la pena escribir una propuesta más larga”. Y añade: “Basado en la fuerza de esa propuesta, comenzó la licitación, lo cual me presionó más (…). No fue una situación óptima en cuanto a la redacción del libro, y también comencé a trabajar con el guionista casi de inmediato, pero obviamente estoy contento de que haya sucedido”.
El largo viaje de la literatura a la imagen ya está ahí. Como se sabe, una relación difícil y tan ingrata como riesgosa y traicionera.
Veremos si con esta nueva experiencia Hollywood finalmente da la talla.