Por Redacción OnCuba
Tenía 90 años y una obra sin terminar: su fabulosa escuela de teatro. Roberto Gottardi, fallecido la noche del domingo en La Habana, era uno de los arquitectos de la Escuela Nacional de Arte, sede actual del ISA (Instituto Superior de Arte). Las de Cubanacán, estaban llamadas a ser “las escuelas más bellas del mundo”, como se cuenta en el documental Unfinished spaces que dijo Fidel Castro cuando hizo el encargo a principios de los 60. Las obras se detuvieron en 1965, y como estaban entonces permanecen hoy.
Gottardi fue el primer extranjero en recibir en Cuba el Premio Vida y Obra de Arquitectura en 2016. Nació en Venecia, obtuvo su título de arquitecto en 1952 en el Instituto Superior de Arquitectura de esa ciudad italiana, y después trabajó en Milán con la firma Belgiaiso, Peressutti & Rogers (BPR). En diciembre de 1960 vino a Cuba invitado por Ricardo Porro (autor de las escuelas de Danza Moderna y Artes Plásticas), y nunca más se fue.
Como homenaje a este maestro, Ecos comparte la entrevista “Roberto Gottardi, un quijote”, publicada en Progreso Semanal el 22 de noviembre de 2016.
Se fue de Venecia y vino a parar a La Habana. Su obra más famosa no se ha terminado. Es arquitecto –un artista del espacio– y vive en un edificio de microbrigadas. Tiene 89 años y no hay elevador para subir a su casa, en el quinto piso. Roberto Gottardi es esa especie de hombre que carga una y otra vez contra los molinos. No importa si gana o pierde, lo que cuenta es ir, dar la batalla.
Él, Ricardo Porro y Vittorio Garatti crearon las Escuelas de Arte de Cubanacán, que debían erigirse como “la academia de arte más hermosa del mundo”. Pero la misma fuerza revolucionaria y total que las quiso, luego no las quiso más, y las maldijo, y fue tal el maleficio que su efecto ha durado hasta hoy.
“No había nadie que me censurara. Podía hacer lo que quería, gastar lo que quería. Eso era hasta demasiada libertad, demasiado utópico todo”.
Las facultades de Danza Moderna y Artes Plásticas, diseñadas por Porro, lograron completarse. Las de Garatti: Música y Ballet, estaban bastante avanzadas. En cambio, “la escuela mía”, como llama Gottardi a la facultad de Teatro, quedó a un tercio de ejecución. El signo del drama. Y a lo inacabado, réstesele lo que el tiempo devoró.
Rayando los 2000, se retomó la obra. “Los tres arquitectos, vivos y activos, enfrentan medio siglo después el poco usual reto de restaurar sus propias ruinas”, contaba Mario Coyula. Sin embargo, a poco apareció otra crisis económica, y más tarde otro ciclón, y de nuevo nada.
¿En qué estado se encuentra la facultad, qué posibilidades hay de terminarla? Le pregunto con cierto recato, temiendo la respuesta. “Ahí no te puedo decir mucho, porque hace rato que están decidiendo. Hay una colaboración internacional, no sé si para la construcción, o ayuda técnica… Entonces ahora tengo que retomar el proyecto, y estoy en espera de que determinen quién hace una cosa y quién hace otra…”.
En la Ínsula Barataria
“Cuando llegué me recibieron como un rey”, recuerda entusiasmado. Le permitieron escoger, entre los edificios más chic de la ciudad, dónde quería vivir: si en el Focsa, el Río Mar, o el Retiro Médico. Seleccionó el apartamento más pequeño, porque estaba soltero, y para evitar demasiados quehaceres domésticos.
Su esposa pide permiso, corrige un dato, una fecha. “Luz María, tengo que censurarte antes de que tú entres”, le reclama, y se ríe. Ella es Luz María Collazo, ex primera bailarina de Danza Contemporánea.
– Te divorciaste, te fuiste a una casa de huéspedes que te dio el Ministerio de la Construcción, y más tarde te dieron el “micro”…
– Ah, pero no hagas el recuento de mi vida…
Una mirada que solo ellos dos entienden. “El primer matrimonio fue equivocado, eso no duró”. Lo dice por complacerla, y ella lo sabe. “Con las cubanas no dura”. De nuevo la mirada, y otra vez se ríe.
Los libros cubren dos paredes, del piso al techo. Siempre se puede leer a una persona a través de los títulos que ha acumulado: Paradiso, Storia del’ Arte, Iluminotecnia, Luz de agosto, Toulouse-Lautrec… Por dondequiera asoman pliegos, agendas, catálogos. Hay una antigua laptop y un reloj de arena, vacío.
Gottardi tenía treinta y pocos años al llegar a Cuba, en 1961. “Yo venía de una familia bastante conservadora, y necesitaba un cambio radical. Si me hubiera quedado en Venecia difícilmente habría encontrado esa renovación que quería.
“Mi otra idea eran los países nórdicos, porque tienen una gran tradición en arquitectura, yo soñaba con el frío del norte. Aunque luego, conociendo más, me parece que no me hubiera sentido tan bien como aquí, creo que me hubiera cansado rápido”.
El arquitecto tenía que venir a donde se construía: un país, un sueño, una época en que todo parecía posible, todo empezaba constantemente. “Los profesionales eran muy jóvenes, y teníamos responsabilidades más allá de nuestra edad y nuestra experiencia. Los ministros, los viceministros… eran muchachos. Esa fue una característica de la Revolución”.
En 1965 se detuvo la edificación de las escuelas de arte. La creatividad se volvió sospechosa, se confundió afán de belleza con fútil aburguesamiento. A Porro lo obligaron a diseñar jaulas para el zoológico. Después de eso se fue a París. A Garatti lo acusaron de espía, injustamente. Le espetaron: “o enfrentas un juicio, o te vas”. Y regresó a Milán.
Gottardi se quedó. Aunque lo apartaran un tiempo de sus clases en la universidad, transferido a una empresa constructora, bajo el pérfido argumento de que debía “tocar tierra”.
Él, Premio Nacional de Arquitectura 2016, sigue viviendo en un apartamento de microbrigadas, en el quinto piso, sin ascensor. “Como arquitecto, sueño con eso: un estudio, crear ambiente, vivir mejor… Si lo deseo para los demás, imagínate para mí”.
Me da vergüenza, vergüenza por quien sea que puede resolver el problema y no lo ha hecho. Intento una esperanza, con la entrevista tal vez la situación cambie. Luz María quiere creerme: “Oíste, Roberto, después que publiquen eso nos bajan de piso”.
Sin dogmas y con muchas dudas
Así se llama una muestra retrospectiva que le dedicaron en Fábrica de Arte, semanas atrás. “¿Por qué esta exposición? Para que me vean, para que me pregunten, para que no me atribuyan proyectos que no son míos, con homenajes incluidos”, afirma Gottardi en el catálogo. El Puesto de Mando nacional de la Agricultura y escenografías de piezas teatrales, comparten espacio con proyectos nunca realizados.
Felicia Chateloin, ex alumna suya, rememora cómo les educó en el valor de trabajar con libertad y pasión, en momentos que faltaban aulas y pizarras, y las clases se trasladaban a las obras, como Alamar.
El profesor estaba contento, nervioso. Los estudiantes de antaño se le acercaban a comentarle sobre los buenos recuerdos, la gratitud por su enseñanza. “Yo pensaba: me lo dices ahora, que tienes 60 años, y cuando tenías 20…”.
Todavía conserva los programas de Diseño Básico y Semiótica. Para obtener la categoría docente tuvo que pasar un examen de marxismo, que le costó mucha fuerza de voluntad. “Mi hermano, que fue maestro, repetía: hay que saber 100 para enseñar 10”.
Y aún te atreves a decir te quiero
“La satisfacción en grado máximo es difícil que uno la alcance, pero al menos he tenido determinada coherencia conmigo”. Como si fuera poco. “Porque siempre está la conveniencia; por ejemplo, los proyectos que dejan mucha ganancia, pero te hacen sentir como un tipo que no sirve”.
La arquitectura es un arte pragmático, diríamos, concreto. Depende de presupuestos, plazos de ejecución, materiales, obreros; factores que en Cuba resultan diabólicos –en términos conservadores–. Sin embargo Gottardi insiste en su optimismo tozudo. “Más que problemas, para mí, bien entendido, puede convertirse en algo bueno. Aquí aprendí a resolver según las circunstancias. Si no tienes mármol, inventas otra cosa”.
Está inconforme, eso sí, con que los homenajes se queden en la mera satisfacción personal. “No es que me den el premio tal y entonces tengo la posibilidad de hacer un teatro nuevo. Si ocurriera, yo tengo entusiasmo para meterle mano, tengo ideas, ganas de trabajar. Y claro, me siento realizado con buenas oportunidades, y que no me den proyecticos sin relevancia”.
Piensa y repiensa, vuelve y revuelve sobre su leitmotiv, la escuela de arte dramático. “Cuba ha cambiado, el teatro también, yo mismo. Tomo en cuenta los planos originales, pero no puede ser igual, porque sería como enseñar una foto mía de hace 50 años.
“Además no puedo concebir la puesta en escena como uno que actúa y otro sentado, cómodo en la butaca. Eso se ha complejizado, entonces tengo que diseñar un teatro válido de frente, al lado… un teatro total”.
Ante un hombre así, parece inevitable aplicarse un regaño interior, por las veces que una se ha cansado, que ha perdido la fe. Gottardi mueve el bastón y asegura: “Esto es momentáneo”.
Muy buen artículo.