Amanecía el 28 de diciembre de 1954. Un día más de los Inocentes en el que los bromistas derrochan sus travesuras y aquel día no sería diferente.
Era una época en la que sobrevolaban la cabeza de la gente las versiones – una escrita, la otra radial – de la Guerra de los Mundos de H. G. Welles. Lo mismo en Madrid que en Baracoa, cualquiera podía pensar que se tropezaría con un alienígena a la vuelta de la esquina.
Entonces, un rumor escalofriante estremeció a los habaneros. En los terrenos donde en aquel momento se construía la capitalina Ciudad Deportiva había aterrizado un platillo volador, justo en las cercanías de la Avenida de Rancho Boyeros y Vía Blanca.
Se detuvo el tráfico. Unos veinte mil curiosos, carentes de algo más relevante que hacer, acudieron a ver qué sucedía. La prensa pronto aparecería y micrófonos y cámaras informarían en vivo desde el sitio.
El ejército montó ametralladoras pesadas en torno al artefacto invasor, incluso se solicitó el envío de tanques al lugar.
Mientras, en la nave podía verse humo y escucharse sonidos estridentes.
Pero…
¿Qué sucedía realmente?
La publicidad contemporánea se fundó en la neoyorquina Madison Avenue. Pero sin dudas tuvo una segunda Meca en Cuba, destinada a desempeñar un papel protagónico en este asunto tan singular que nos ocupa hoy.
Por aquella época, en Cuba se escenificaba lo que me atreví a llamar un día “la bronca cervecera”.
En lo que fue una guerra publicitaria despiadada, tres empresas del ramo: Hatuey, Cristal y Polar, disputaban la preferencia del paladar cubano en materia de cerveza.
En la contienda, la empresa Hatuey recurrió al hecho de contar con tres plantas productoras: Santiago, Manacas y El Cotorro. Debido a esto, según decían, su cerveza no se estropeaba con el movimiento del transporte necesario para su distribución.
Por su parte, los publicitarios de la Cristal no tardaron en responder. En las pantallas televisivas cubanas comenzó a verse con frecuencia a cierta muchacha bailando al ritmo de una pieza musical. Sonaba así: “Si no tiene meneíto, cerito. El meneíto que tiene la Cristal”.
Ya la Polar llegó al extremo. Contrató a 100 agentes, personas educadísimas, de aspecto distinguido y con capacidad de comunicación. Vestidos impecablemente por las mejores sastrerías, fueron diseminaron por toda Cuba y cuando alguno de ellos llegaba a una barra de bar, tras pedir una Polar, dejaba caer el comentario: “Caballeros, es tremendo lo de la contaminación de las cervezas Hatuey y Cristal. ¡Está produciendo cagaleras desde la Punta de Maisí hasta el Cabo de San Antonio!”.
Ahora regresemos a la nave espacial.
Estamos nuevamente en la famosa Avenida de Rancho Boyeros y Vía Blanca. De repente vemos abrirse una portezuela del artefacto interplanetario que había ocupado la atención de todos y a través de ella comenzaron a descender, vestidos de “marcianos”, grandes figuras del mundo del espectáculo en Cuba.
A la cabeza del desfile, la más bella pareja que ha habido en Cuba: la despampanante Rosita Fornés y su muy apuesto marido, Armando Bianchi.
Al fondo, un altavoz dejaba oír la pieza musical: “Los marcianos llegaron ya. / Y llegaron bailando chachachá”, de Rosendo Ruiz.
Ante las cámaras televisivas, los extraterrestres invitaron a los allí congregados a trasegar, garganta abajo, algunas cajas de cerveza Cristal.
La policía batistiana trató de aguar la fiesta, pero obtuvo osada resistencia, incluida la de Rosita, quien era ¡mucha Rosita!
En conclusión: a pesar de haber revisado la historia de la publicidad hasta localizar sus orígenes en la Grecia Antigua, no pude hallar, en ninguna época, bajo ningún cielo, un hecho tan escandalosamente simpático como éste, ocurrido nada menos que en la Perla de las Antillas.