El 16 de julio de 1969 fue lanzado el cohete Saturno V, desde el Centro Kennedy en el sur de Florida, con tres tripulantes: Neil Armstrong, Buzz Aldrin, Michael Collins.
Cuatro días después, el 20 de julio, el comandante Armstrong y el piloto Aldrin desprendieron el módulo del Columbia, descendieron a la Luna y nos dejaron para la historia una imágenes borrosas de lo que sería un pequeño paso para un hombre y un gran salto para la humanidad, según la frase célebre del propio Armstrong.
El alunizaje fue posible gracias al trabajo de unas 400.000 personas. Fue un esfuerzo monumental en el que participaron ingenieros, científicos, mecánicos, técnicos, pilotos, buzos, costureras, secretarias y otro tipo de personal de todo el país para hacer posible que el hombre pisase por primera vez la Luna.
En medio de un mar de camisas blancas y corbatas negras adentro del centro de comando de la Apolo 11 estaba JoAnn Morgan.
El 16 de julio de 1969 representó su debut como la primera mujer en esa operación. Y no fue fácil llegar allí.
Morgan, hoy de 78 años, empezó a trabajar para la NASA en 1958, cuando todavía cursaba estudios universitarios. Generalmente cubría el turno nocturno y pocas horas antes del lanzamiento iba a ser reemplazada por un colega varón.
“La gracia era estar allí durante el lanzamiento”, recordó.
Debía soportar las burlas. Atendía llamadas obscenas en su escritorio en el Centro Espacial Kennedy y comentarios de tono subido en el ascensor.
La situación era peor todavía en la vecina Estación de la Fuerza Aérea de Cabo Cañaveral. Había un solo baño… para hombres. De modo que Morgan tenía que irse a otro edificio con baño para mujeres.
“Pero no me iba a ir. Me apasionaba todo eso”, dijo Morgan. “Al final de cuentas, el 99% me aceptó”.
A medida que se acercaba el día del lanzamiento, el jefe de Morgan hizo lo que pudo para que estuviese de turno. Y lo consiguió. Para entonces el hostigamiento había casi cesado.
La cuenta regresiva se acercaba a las 09.32, la hora del lanzamiento. Morgan revisaba todos los instrumentos de tierra, desde los detectores de fuegos y relámpagos hasta la información de las computadoras. Cuando se tomó la foto oficial del momento del lanzamiento, en la que Morgan aparece con su mano izquierda apoyada en su mentón, ella estaba escuchando al vicepresidente Spiro Agnew hablándole al equipo inmediatamente después del lanzamiento.
Con Armstrong, Aldrin y Michael Collins camino a la Luna, su trabajo había terminado, al menos en lo que respecta a la Apolo 11. Junto con su esposo, que dirigía una banda en una escuela secundaria, se fueron de vacaciones y vieron el alunizaje del 20 de julio en el televisor de un hotel. Al brindar cuando el hombre puso un pie en la Luna, su esposo le dijo: “Querida, vas a quedar en los libros de historia”.
Morgan llegó a ser la primera mujer en ocupar un alto cargo ejecutivo en el Kennedy. Se jubiló en el 2003 y vive parte del año en Montana y parte en la Florida. Alienta a las mujeres a que estudien ingeniería.
Tedd Olkowski estaba listo para intervenir si había una emergencia durante el lanzamiento de la Apolo 11.
Su trabajo era ayudar a Collins a escapar del cohete Saturno V, bajar 32 pisos en un ascensor de alta velocidad y deslizarse por un tubo de 61 metros (200 pies) hasta un búnker debajo de la plataforma de lanzamiento.
Armstrong y Aldrin tenían sus propios ángeles guardianes, según Olkowski. Trabajadores del centro espacial que, como él, se habían ofrecido como voluntarios para intervenir en circunstancias potencialmente peligrosas.
La NASA pensó que a los astronautas, cuyos movimientos estarían impedidos por los trajes espaciales, les vendría bien ayuda para salir de un cohete en llamas, con filtraciones o a punto de explotar, y llegar a la “sala de caucho”.
La sala con materiales capaces de resistir fuertes impactos desembocaba en una cámara con forma de domo a prueba de explosiones de 12 metros (40 pies) debajo del Complejo 39ª del Centro Espacial Kennedy. Estaba en condiciones se sobrellevar eventos catastróficos.
Olkowski tenía 24 años y su trabajo habitual era con el sistema de circuito cerrado de la televisión de la zona del lanzamiento.
Cuando quedaba una hora en la cuenta regresiva, todo el mundo fue evacuado y solo quedó allí la tripulación.
“Si bien no éramos considerados figuras importantes, estuvimos allí para ayudar a los astronautas si lo necesitaban. Fue emocionante”, dijo Olkowski.
Poco después Olkowski dejó su trabajo para ir a la universidad e hizo toda una carrera con General Telephone y Electronics Corp. Hoy es un jubilado de 74 años que vive en League City, Texas, muy cerca del Centro Espacial Johnson de la NASA.
Hace aproximadamente una década Olkowski pudo conocer a Collins.
Se puede decir que Spencer Gardner fue la mano derecha del director de vuelos de la NASA Gene Kranz durante la misión de la Apolo 11.
Como oficial a cargo de las operaciones de vuelo del Centro de Control de la Misión, Gardner estaba sentado a la derecha de Kranz, del otro lado de un pasillo. Tenía 26 años y fue uno de los controladores de vuelo más jóvenes cuando la cápsula con Armstrong y Aldrin se posó en el Mar de la Tranquilidad de la Luna el 20 de julio de 1969.
Su trabajo era estar pendiente de los astronautas y ayudar a tomar medidas de emergencia si algo pasaba.
Hoy dice que le hubiera gustado poder disfrutar más el momento del alunizaje, pero no tuvo tiempo de hacerlo porque debía estar pendiente de muchas cosas.
Cuando la cápsula aterrizó y terminó su turno, se fue a la casa de un amigo donde un montón de gente veía por televisión el paso gigante para la humanidad de Armstrong.
Gardner no estuvo de turno el día del regreso, el 24 de julio. Pero fue al Centro de Control de todos modos y participó en las celebraciones.
Trabajó en otras cinco misiones de la Apolo y estudió derecho. Dejó la NASA en 1974 y llegó a ser procurador adjunto. Luego trabajó con una oficina de abogados. Sigue ejerciendo como abogado a los 76 años.
Clancy Hatleberg, hombre rana de la Armada, fue el primero en darles la bienvenida a los astronautas de la Apolo 11.
Su misión era descontaminar a Armstrong, Aldrin y Collins, y a su módulo, el Columbia, inmediatamente después de que cayese al océano Pacífico.
Los astronautas tenían que ser colocados en cuarentena. De lo contrario, quién sabe qué gérmenes podían traer.
La posibilidad de que trajesen insectos lunares “preocupaba mucho”, aseguró Hatleberg, quien tenía 25 años por entonces y venía de integran un equipo de demoliciones submarinas en Vietnam.
Fue uno de cuatro hombres rana que saltaron al agua desde un helicóptero. Los otros aseguraron la cápsula y luego la trasladaron en una balsa. Ahí fue que intervino Hatleberg, rociando y limpiando a los astronautas con desinfectante.
Usando equipo protector, Hatleberg fue quien abrió la compuerta y tiró adentro tres trajes. Cuando los astronautas se colocaron las indumentarias, salieron de la cápsula uno por uno y se montaron en una balsa.
El primero en salir le dio la mano. Hatleberg hizo una pausa. Ese no era el protocolo que había ensayado con la NASA. Pero estrechó su mano de todos modos.
Después de que Hatleberg los lavó con una potente solución de lavandina, los astronautas fueron izados hasta un helicóptero que los llevó la nave USS Hornet, donde los esperaba el presidente Richard Nixon y una sala de cuarentena.
Hatleberg limpió el Columbia también y fue llevado al portaviones. Limpió asimismo la balsa y un aro de flotación que rodeó la nave, y luego los pinchó y los vio hundirse en el mar, junto con su uniforme.
“Hubo mucha gente con trabajos más importantes que el mío”, dijo Hatleberg, quien todavía se asombra por lo que hicieron los astronautas. “Ellos fueron los que arriesgaron sus vidas para dar ese paso gigante para la humanidad. Siempre serán unos héroes para mí”.
Hatleberg, quien tiene 75 años y sigue trabajando como ingeniero en Laurel, Maryland, cuanta que siempre pensó que el primer astronauta que ayudó a salir de la cápsula fue Aldrin. Hasta que hace aproximadamente un año un conservador del Hornet estudió una vieja filmación y examinó el nombre que llevaba el primero. Decía “Armstrong”.
AP / OnCuba