El paso del tiempo en la isla es un accidente sui generis. El cubano no se permite el apuro, no reconoce al tiempo como algo valioso: total, hay más tiempo que vida. Supuestamente el tiempo no solo está a sus pies, sino que le rinde pleitesía, espera a que el cubano avance con su andar de animal parsimonioso y la más de las veces, milagrosamente, parece favorecerle porque al final casi todo le sale bien –o mejor decir que al cubano le gusta pensar así-.
El cubano llega tarde a casi todas partes y es tan reconocido su actuar como de letargo, que algunos extranjeros se contagian y, después de cierto tiempo, se permiten llegar tarde ellos también. Muchas veces hasta te preguntan, ¿demoras quince minutos cubanos o quince minutos reales? En Cuba hay resortes de demora hasta para los procesos más simples -entiéndase ley de Murphy-, la cola más rápida será la de al lado, el custodio te pedirá documentos que se te quedaron en casa, no trajiste el papel correcto y te falta un cuño, una firma, deberás venir otro día y hacer la cola otra vez. Ciudadano, ¿me permite su carnet, por favor? Cerramos por fumigación. Qué pena. No es tanta burocracia, es esa broma pesada del tiempo.
Pero habrá de llegar el día en que nos preguntemos cómo fue que todo pasó tan rápido, cuándo fue que empezaron a cambiar las cosas. Ese día justo en que no podremos echar atrás el reloj y nos daremos cuenta de que se acabó. Se acabó la broma. Ese día, saldrán vencedores los que aprovecharon todo y, como buenos cubanos, le jugaron cabeza al tiempo.
(Habana por Dentro)
DAZRA ME ENCANTÓ TU LIBRO CUERPO PÚBLICO