Él come vidrio

Disraelis Acosta, un "comevidrio" cubano. Foto: Ronald Suárez.

Disraelis Acosta, un "comevidrio" cubano. Foto: Ronald Suárez.

“Una vez me llevaron al médico y empecé a comerme las ámpulas de las inyecciones. Cuando la enfermera se dio cuenta salió gritando: ¡sáquenme a este loco de aquí!”.

Disraelis Acosta, “El comevidrio”, rompe un coco con su cabeza, lo pela con los dientes, o se come a mordidas una lámpara de luz fría. Disraelis no surgió de la imaginación de un escritor de la Marvel, sino del barrio El Marabú, en el municipio pinareño de San Juan y Martínez, y a diferencia de los personajes de la conocida editorial de cómics estadounidense, es completamente real.

Cuenta que todo comenzó después de caerse de lo alto de una mata de mango, a la edad de 14 años. “Cuando recuperé el conocimiento, al cabo de un mes, no me acordaba de nada. Fue como volver a nacer, porque tuve que aprender todo de nuevo, e ir reconociendo poco a poco a las personas”, dice.

Como consecuencia del accidente había perdido la visión del ojo izquierdo y casi no escuchaba nada por el oído de ese lado.

Luego de tres largos años de fisioterapia y recuperación, su familia decidió que no volviera a la escuela, así que comenzó a trabajar como mensajero en una bodega del pueblo, hasta que en 1997 pasó a servicios comunales, donde continúa después de casi 20 años.

Foto: Ronald Suárez
Foto: Ronald Suárez.

Pero su vocación está lejos de la calle y las escobas. A finales de los años 80, se acercó a la casa de cultura del municipio y le pidió al director de un circo aficionado que le diera un puesto.

“El hombre me respondió que tenía que hacer algo que llamara la atención. Entonces recordé que cuando estaba en la secundaria, yo era capaz de romper botellas con la cabeza sin dañarme, y empecé a hacerlo de nuevo y a probar otras cosas, como comer vidrios”.

Como parte del circo, Disraelis recorrió varios municipios de Pinar del Río y dice que actuó en Artemisa y La Habana, hasta que el grupo se desintegró. Desde entonces sigue vinculado la casa de cultura y se presenta ocasionalmente junto a un grupo de teatro callejero, aunque también está dispuesto a mostrar sus habilidades raras a todo el que se lo pida.

“La gente a cada rato me trae cocos y tubos de luz fría, para ver si hago algún truco, y siempre les demuestro que todo es real. Incluso hay quienes dicen que después del accidente me pusieron una placa de platino en la cabeza que me permite hacer esto, pero no es verdad”.

Foto: Ronald Suárez
Foto: Ronald Suárez.

Un momento memorable de su vida fue la noche que lo presentaron en el programa Pasaje a lo desconocido de la televisión cubana, durante una edición dedicada al dolor.

“Aquello me gustó tanto, que lo tengo guardado en una memoria para verlo a cada rato”. Su mayor sueño sería tener un día su propio show: “Me encantó salir en la televisión y quisiera volverlo a hacer, porque además de pelar cocos con la boca, romperlos con la cabeza y comer vidrio, sé magia, monto números de telepatía y hasta soy payaso”.

Todo lo aprendió “callejeando”, como él dice, porque tras aquella caída durante su adolescencia, lo que sabía se le borró de la mente. Nunca ha cobrado un centavo por sus actuaciones en la calle o en el circo, ni tiene la intención de hacerlo. “Yo hago estas cosas porque me gusta alegrar a la gente”.

 

Foto: Ronald Suárez
Foto: Ronald Suárez.

Una vez intentó enseñarle su técnica a una muchacha del pueblo que estudiaba en la Escuela Nacional de Arte, y quería aprender a romper cosas con la cabeza. Las clases terminaron el día que ella se hizo una herida de ocho puntos con una botella de sidra.

A sus 47 años admite que con el tiempo puede que los golpes que se da para romper los cocos le dejen secuelas. “Mucha gente me dicen que no me siga dando trastazos, que me va a afectar, pero llevo bastantes años en esto y hasta ahora no me ha pasado nada. Además, todo en la vida tiene un precio”.

 

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