Los viernes son días para andar por la calle absolutamente despreocupados. Se prestan para andar con ropas ligeras y claras, sin temor a la lluvia o a una maceta que alguien distraído haga caer de un balcón.
Son días para despedir la semana con antelación y entrar en el territorio del sábado y el domingo dispuestos a enfrentar cualquier contratiempo, listos para bebernos todo el vino que seamos capaces de conseguir, para protagonizar las más inverosímiles aventuras y por el camino celebrar la vida.
Sucede que este viernes llega a posarse en la semana con un halo distinto, precedido de una historia tremebunda, de las llamadas bíblicas, de las que muchos no se acuerdan ya o prefieren mantener en los sótanos de la memoria y la fe. Y es que al 28 de diciembre – a pesar de las supuestas incoherencias en las fechas- se le conoce como el día de los santos inocentes porque fue la jornada escogida por Herodes para eliminar a todos los niños varones menores de dos años nacidos en Belén, con el objetivo de deshacerse del recién nacido Jesús de Nazaret, quién habría de suplantarlo para reinar sobre los hombres.
Por el camino esta fecha mutó, como casi todo en esta vida, primero en Carnaval, donde el desenfreno y el jolgorio eran los principales protagonistas, todo estaba permitido y nadie era culpable de pisar ningún cayo o enamorar a la mujer ajena; después, aunque en algunas geografías se mantienen las festividades, en otras las mujeres y los hombres prefieren gastarse bromas entre sí, pillar a los desprevenidos, engañarlos, hacerles girar la cabeza en busca de alguien o algo imaginario para tener tiempo de espetarles en pleno rostro la palabra temida: ¡Inocente!
En estas fechas los niños son los principales verdugos – como queriendo desquitarse de un pasado que les atañe y que quizás muchos no conocen- pero son los mejores para mantener esta tradición, sobre todo en los pueblos pequeños, donde la vida camina con más calma y la memoria se resguarda mejor de los estragos de la vida citadina.
Ellos van a inventar animales imaginarios en tus hombros, llamadas de fantasmas en la puerta o al teléfono, llegarán incluso a cambiar la azúcar por la sal en el café de la mañana, atarán los cordones de tus zapatos para que trastabillando les escuches gritar con toda la energía de sus años: ¡Inocente!
Y el repertorio de burlas puede ser extenso y variado. Los más sagaces buscarán hasta entrar en tus bolsillos y procurarse préstamos que nunca pagarán, amparados en la supuesta garantía que les da haber pedido la ayuda económica en un día en que las deudas no son tales y pueden quedarse impagas.
Por eso este viernes nada de andar leves, hay que andar con suspicacias, cuidándonos las espaldas y la cordura, mirando por encima del hombro, abriendo mucho los ojos para que no seamos víctimas de las inocentadas más recurrentes y más ingeniosas. O si nos parece mejor desechar todo cuidado, abandonarnos y dejar que la risa limpie cada uno de nuestros rincones, porque se acaba el año y porque podríamos ahora mismo habernos muerto o haber perdido un gran amor, que es casi la misma cosa. Y hay que celebrar de la manera más genuina, riéndonos.