A La Habana la parió su puerto. Los primeros navegantes españoles, quienes por oficio sabían de bahías y de cosas relacionadas con barcos, vieron esa boca en medio de la costa y les pareció un sitio particularmente prometedor.
Cuando el gallego Sebastián Ocampo se encontró entrada de agua metida tierra dentro, ancló allí sus naves y se puso a “carenar”, verbo sinónimo de reparar el casco de sus embarcaciones. Por eso, con el apuro y el pragmatismo de quienes deben darle nombre a un sitio por primera vez, Ocampo bautizó todo aquello como Puerto Carenas, el que podría haberse quedado para identificar a la futura ciudad, si no hubiese prevalecido la palabra indígena “Habana.”
Sin su bahía y su potencial puerto, la ciudad de San Cristobal no hubiese sido construida en su sitio actual, un 16 de noviembre de 1519. Sería otro centro urbano más del occidente cubano, aburridamente lejos de la costa. No le hubiera hecho competencia a la primera capital de la Isla, Santiago de Cuba, desde donde los gobernadores de Cuba empezaron la colonización y el “aplatanamiento.”
La Habana tuvo que ganarse su rango poco a poco. El historiador Ramiro Guerra escribió que “la conquista de México y el establecimiento de las rutas marítimas entre España y las Indias después, con escala forzosa de las naves en el puerto de La Habana durante el viaje de retorno, comenzaron a darle mayor importancia a la zona occidental, particularmente al puerto habanero.”
Dentro del engranaje colonial español, el puerto de La Habana era el trampolín desde donde salíam todos los metales preciosos que se mandaba, vía galeón, a la península ibérica. Era “el lugar de reunión de las naves de todas las Indias y la llave de ellas.”
El historiador Eduardo Torres Cuevas lo describe así: “entre las tierras continentales y Europa se encontraba Cuba. Una nueva ruta de navegación comenzó a consolidarse. En lugar de viajar contra la Corriente del Caribe, de Yucatán a Santiago de Cuba y La Española para luego adentrarse en el Atlántico, resultó la vía natural ir hacia la costa norte de la mayor de Las Antillas, a la bahía de La Habana, y de ahí, impulsado por la Corriente del Golfo (Gulf Stream), transitar el océano hasta donde ésta termina, las costas occidentales de Europa.”
“De esta forma, el puerto habanero adquiría una importancia fundamental en cualquier estrategia española para la defensa de su naciente imperio, y en la de sus enemigos, para perforar la solidez de éste.”
El boom del oro mexicano elevó el status de la ciudad, hasta que en 1546, a un gobernador español, Antonio de Chávez, se le antojó quedarse en La Habana, donde ya residía, ahorrándose el traslado hacia Santiago de Cuba. Sus sucesores lo imitaron, hasta que finalmente, el 26 de julio de 1553, la Real Audiencia de Santo Domingo convirtió a la urbe de San Cristóbal, oficialmente, en la capital de Cuba.
Las ciudades surgen por un motivo. La razón de La Habana fue su bahía y el puerto construido en ella. Los tiempos cambiaron. Ya tiene dos millones de habitantes y casi medio milenio en sus entrañas. El puerto es solo otro sitio más… y dentro de poco va a ser un sitio menos.
El Mariel va a sustituir a la capital como base de operaciones navales-comerciales de la costa norte cubano. No es un simple cambio, sino un traslado total, y parece que nadie se detiene a pensar en lo importante que era ese puerto, en una ciudad que existe porque la naturaleza quiso poner en ese sitio una bahía en forma de bolsa.
Eso es verdad, pero los tiempos son otros, y hoy la navegación es más autonómica, depende menos de las corrientes y aún hay vías alternativas de comercio; son tan otros los tiempos, que eso no tiene ni que afectar elk status político de la Habana, por ejemplo.