Hacia 1668 Henry Morgan ya había adquirido algo de fama, y noticias suyas llegaban a los oídos del gobernador de Jamaica. No fue descabellada, por tanto, la idea de encomendarle al filibustero galés el saqueo de la villa Santa María del Puerto del Príncipe. Una expedición casi frenética que culminó con el pago por los vecinos de 500 vacas y sal. Nada trascendental para el Rey de Inglaterra, quien debe haberse reído a carcajadas del botín.
Si bien las ganancias resultaron exiguas en su primer gran ataque, después de los sucesos de Puerto Príncipe el corsario se convirtió en leyenda e incluso fue nombrado Caballero de la nobleza británica. Lo que no encuentra explicación aún es su obsesión casi psiquiátrica por los ornamentos religiosos.
Vox populi mediante, ha trascendido hasta hoy la anécdota del robo -protagonizado por Morgan- de la primera campana enviada por la Casa de Contratación de Sevilla al asentamiento español en Punta del Guincho (actual Nuevitas). Junto a la cruz de madera, aquella fue una de las pocas prendas cristianas que sobrevivió durante la travesía de los españoles, cuando migraron hacia el cacicazgo de Caonao y posteriormente a tierras del cacique Camagüebax, tras la matanza de indios perpetrada por Pánfilo de Narváez.
Ambas piezas terminaron dispuestas en la primera ermita del caserío, un pequeño santuario de yagua y madera, ubicado muy cerca del actual Parque Agramonte. La campana se sobrepuso incluso al devastador incendio de 1616 y adornó la nueva Parroquial Mayor, donde estuvo hasta los sucesos de 1668, para fortuna del célebre filibustero.
Desde entonces el ruido estremecedor del badajo sobre el anillo sonoro persigue cada instante de este terruño y cada historia de su gente. Así como no se puede hablar de Camagüey sin mencionar el valor patrimonial de sus tinajones, o el carácter único de sus arcos en el interior de las viviendas, tampoco puede hacerse sin destacar su arquitectura eclesiástica.
En un proceso de casi cuatro siglos las ermitas pasaron a ser templos, los templos definieron las parroquias y estas a los barrios. Los barrios rodearon las plazas fraguando una identidad local, dibujada por sutiles diferencias entre los habitantes de cada uno.
Por eso el otorgamiento aquí del título de Basílica Menor significó este año motivo de regocijo para creyentes y lugareños en general. Justo cuando Santa María del Puerto del Príncipe celebra su medio siglo de vida, el Vaticano dignifica a la ciudad toda. Ahora la antigua Catedral se convierte, junto a la Iglesia del Cobre, la Iglesia de la Caridad de La Habana y la de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, en uno de los cuatro edificios católicos más importantes de Cuba.
Entre campanas: la historia…
Pero el inmueble que hoy resalta en la antigua Plaza de Armas –símbolo también de las estructuras de poder legadas por los españoles- fue durante siglos un lugar prácticamente maldito, con todo y lo que digan que esa es la Casa del Señor.
No solo Morgan encerró en su interior a los pobladores y les torturó para poder cobrar sus vaquitas. A solo cinco años de una necesaria reconstrucción –debido al incendio provocado por el pirata-, un huracán hizo volar hasta la última penca, fijada al techo gracias a la fuerza de los negros esclavos y al látigo del mayoral.
Por si fuera poco, el 24 de febrero de 1777 los vecinos vieron desplomarse la torre erigida un mes antes, pese a la durabilidad eterna prometida por los obreros, quienes, por cierto, desparecieron al otro día de la inauguración.
Reconstruida en 1864, la torre constituye la parte más original de ese inmueble. Si bien las maldiciones parecían desaparecer durante el siglo XX, en 1983 la sala de cultos quedó clausurada durante 15 años por obras de restauración, las cuales, al fin y al cabo, resultaron botín de mármol y vitrales preciosos para un grupo de bárbaros bien cubanos, genéticamente distantes del Rey Carlos II y de todos sus Caballeros.
En 1998 la actual Basílica -Catedral desde 1912-, acogió la mayor misa de su historia, para anunciar la decisión de Juan Pablo II de otorgar a la urbe el rango de Arzobispado. (Camagüey guía el trabajo pastoral desde la parroquia de Elia en Las Tunas hasta la provincia de Santa Clara. El resto de la comunidad católica de la Isla se divide entre los Arzobispados de La Habana y Santiago de Cuba).
Sin más incidentes, el santuario se alza con la imagen de un Jesús vigía en lo más alto de su cúspide. Desde 1947 la efigie señala el inicio de la única arteria cubana que comienza en la puerta de un templo y termina en otro: la del Santo Cristo del Buen Viaje, donde también está situado el cementerio de la ciudad.
Por fortuna para los pobladores el Temor de Las Antillas no volvió por Puerto Príncipe. Ese hubiese sido el final del corsario o la concreción de sus psiquiátricos sueños. En el Camagüey colonial las ermitas fueron dispuestas en forma radio-concéntrica, lo cual generó un esquema único en el país con características medievales, cuyo desarrollo en forma de abanico o asterisco recuerda el trazado urbano de carácter barroco.
De seguro Morgan hubiese encontrado aquí muros y calles estrechas donde esconderse. Por no mencionar los trofeos que sí habrían impactado a la Real Corona Inglesa y al resto de la tripulación: las reliquias atesoradas en criptas funerarias; los techos de 200 años de la Iglesia de la Soledad; una de las dos representaciones antropomorfas de la Santísima Trinidad; y la imagen del Santo Sepulcro, obra de orfebrería en plata más grande de Cuba, a la que un bárbaro de estos tiempos le ha estado usurpando unas cuantas virutas del metal, con todo y lo que digan que es en la iglesia donde habitan los hijos de El Señor.
Hoy aquellas leyendas se mezclan con la vida real de los camagüeyanos, y entre guaguas apretadas y la comida escasa vive la gente amando su ciudad y defendiéndola con un orgullo singular. Basta con merodear la plaza cuando comienza la puesta de Sol: allí los niños tiran con fusiles invisibles, y persiguen a los vendedores de maní; a la sombra de la estatua una muchacha estremece por el sonido de su violín; y dos monjas descorren las puertas de la Basílica porque en breve comenzará la misa y el Arzobispo hablará en nombre de Dios y bendecirá a los nuestros.
Sencillamente genial. Nada menos se podía esperar de Camagüey… Gracias a este periodista.
Creo que Camagüey posee una arquitectura extraordinaria. Únicaen Cuba y probablemente en América. Muchas gracias por este trabajo tan bien escrito.
Yo le doy las gracias al periodista que escribió por la forma agradable que narra esas leyendas, pero también al periodista fotógrafo que hizo excelentes imágenes. ¡Enhorabuena!
Solo quiero señalar al autor de este escrito que el Santo Sepulcro no fue retirado porque las “virutas del metal que le faltan”, es porque dicha obra patrimonial fue robada de casi la totalidad de la cubertura de plata que lo cubría, atraco que tuvo lugar en una capilla interior del convento detrás de rejas y cerrado con candado a donde había sido trasladado para protegerlo….., hasta el momento nada más se sabe y el silencio por parte de la jerarquía eclesiástica de Camagüey y de la Orden de la Merced en Méjico, de donde proceden los dos monjes que allí residen, que nada oyeron…. ni vieron…., en un país donde las autoridades civiles tiene fiscalizado todo lo que está ocurriendo en la ciudad. Este desacrable acto hasta ahora impune pone en peligro la designación como Patrimonio de la Humanidad a Camagüey, algo que poco le importa a los ladrones que efectuaron el robo.