En la Cuba colonial de los siglos XVIII y XIX, Trinidad llegó a convertirse en una de las ciudades más prósperas de la Isla. Su esplendor se sustentó entonces en la producción de azúcar generada en una extensión de unos 250 kilómetros: el Valle de los Ingenios.
Este sitio, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1988 junto a la propia Trinidad, reúne más de sesenta lugares de interés arqueológico, entre los que se incluyen las grandiosas haciendas de la aristocracia de la época, los barracones de esclavos africanos y los vestigios de las primitivas fábricas para procesar la caña.
Pueden encontrarse también allí impresionantes torres, bellos paisajes naturales y cautivantes leyendas, que enriquecen el halo de magia y misterio de la tercera villa fundada por los españoles en Cuba.
En el valle sobresale la torre Manaca Iznaga, imponente construcción de 45 metros de altura y auténtico símbolo de la región. Además, el visitante puede conocer ingenios azucareros como los de Guáimaro, Buenavista y San Isidro de los Destiladeros, este último considerado por los especialistas como el mejor conservado del área y probablemente del país.
Aunque la antigua riqueza del valle se sustentó en los horrores de la esclavitud, recorrer los paisajes y lugares de este entorno trinitario permite asomarse hoy a formas de vida y costumbres con varios siglos de antigüedad.