Durante la pandemia de COVID-19, muchas personas, incluso del gremio médico, se negaron a vacunarse en cuanto estuvieron disponibles los primeros inmunizantes. Por supuesto, estaban en su derecho. La desconfianza era comprensible hasta cierto punto: las vacunas contra la enfermedad se habían desarrollado en tiempo récord, no se habían probado en grandes grupos poblacionales y las tasas de mortalidad del virus en individuos jóvenes e inmunocompetentes eran bajas.
Sin embargo, los motivos que acabo de mencionar, basados en razones científicas, no eran precisamente los que argumentaban quienes se negaron a vacunarse. Por el contrario, el miedo a las vacunas, víctimas de su propio éxito, se sustentaba en mitos, muchas veces risibles.
En el mundo existe un fuerte movimiento antivacunas y a este tema dedicamos un artículo en Vida Saludable, en el que hablamos sobre dos fenómenos que sustentan al movimiento No Vax: el razonamiento motivado y el efecto Dunning-Kruger.
En el primer caso, hablamos de un mecanismo cognitivo por el que la información se interpreta de modo que concuerde con nuestras creencias previas sobre determinado objeto o fenómeno, aunque para eso tengamos que distorsionar las evidencias. Dicho con otras palabras: negamos o ignoramos información que no deseamos y aceptamos solo aquella que confirma nuestras creencias.
El efecto Dunning-Kruger, por su parte, “describe cómo las personas con menos conocimientos creen ser más capaces de evaluar información científica que los propios expertos”, como expliqué en el artículo al que hacía referencia.
Esas son algunas de las causas de la creencia masiva en estos mitos, tan peligrosos para la integridad y la salud humana. La única manera de combatir estas distorsiones es con información. Por eso, hoy estaremos desmontando información falsa o engañosa en torno a la vacunación.
Mito 1: Las enfermedades que se previenen con vacunas ya están casi eliminadas y no es necesario vacunarse contra ellas
Esta manera de pensar no sólo es errada, sino extremadamente peligrosa. El caso que mejor lo demuestra es el del sarampión. Se trata, de acuerdo con un artículo de la OMS, de una enfermedad altamente contagiosa, causada por un virus que es capaz de provocar severas complicaciones y, en algunos casos, la muerte. En Cuba hace décadas que está eliminada.
Gracias a la vacunación, entre los años 2000 y 2022 se evitaron en el mundo cerca de 57 millones de fallecimientos por su causa, según la misma fuente. Sin embargo, a pesar del costo relativamente bajo y la alta efectividad de las vacunas, las tasas de vacunación global contra esta enfermedad han disminuido.
Así lo advierten los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC, por sus siglas en Inglés), en un reporte del 4 de abril de este año, donde especifican que la actividad del virus del sarampión en el mundo está aumentando. Los expertos estadounidenses están muy preocupados porque en varias comunidades de su país se vacunan contra la enfermedad menos del 95 % los niños, aumentando los riesgos de brotes mortales.
Según otro reporte de los CDC, durante los años de la pandemia los esfuerzos de vacunación contra el sarampión en el mundo se vieron muy afectados. Esto provocó un aumento de la incidencia (mayor número de casos) cercana al 20 % y del 43 % de la mortalidad en el planeta, pasando de 95 mil a 136 mil fallecidos, fundamentalmente niños, en 2022.
Y es que cuando nos vacunamos no solo nos protegemos a nosotros mismos, sino que cortamos las cadenas de transmisión de la enfermedad, limitando su capacidad para contagiar a otros, especialmente los más vulnerables.
Mito 2: La inmunidad producida por la enfermedad es mejor que la que ofrecen las vacunas
Durante la pandemia de COVID-19 se discutió mucho sobre cuál inmunidad es mejor: la natural adquirida, esto es: la que obtenemos después de infectarnos por un determinado agente, por ejemplo, con el SARV- CoV-2, o la que se adquiere a través de la vacunación.
Un gran estudio conducido en el estado de Indiana, Estados Unidos, durante los años 2021 y 2022, que incluyó más de medio millón de individuos, demostró que las personas vacunadas tenían 37 % menos posibilidades de morir que los que se habían infectado previamente de COVID-19.
La inmunidad producida por las vacunas no solo es más efectiva desde el punto de vista individual, sino también colectivo. Para que la humanidad hubiera adquirido, de manera natural, los niveles de inmunidad que permitieron el fin de la pandemia, habría sido necesaria la muerte del 1 % de la población mundial. Es decir, 77 millones de personas deberían haber perdido la vida, de acuerdo con un artículo de National Geographic.
De ese modo, las medidas de distanciamiento social y, especialmente, la vacunación preservaron la vida de más de 50 millones de personas y acortaron el tiempo necesario para salir del terrible flagelo.
Mito 3: Los brotes y epidemias también afectan a las personas vacunadas, por eso no vale la pena vacunarse
Es cierto que algunas vacunas son incapaces de prevenir que determinados agentes entren en nuestro cuerpo y nos infecten. Por eso algunas personas vacunadas se enferman durante los brotes y epidemias.
Sin embargo, las vacunas sí evitan, en un altísimo número de casos, que desarrollemos formas graves de las enfermedades, las cuales pueden causar la muerte a los enfermos.
Un buen ejemplo de lo anterior es una de las vacunas de la gripe: de acuerdo con un estudio del año 2023 este inmunógeno pudo prevenir entre 136 mil y más de medio millón de hospitalizaciones en los Estados Unidos, así como entre 1600 y 29 mil fallecimientos, sobre todo en mayores de 65 años. Solo por eso ya parece valer la pena vacunarse, ¿cierto?
Mito 4: Vacunar durante el primer año de vida es contraproducente porque el sistema inmunitario es inmaduro, especialmente si se aplica de manera simultánea más de una vacuna
Vacunar a los niños en su primer año de vida resulta ideal. Hay estudios que demuestran que los niños vacunados no solo se enferman menos de algunas patologías, sino también de otras no relacionadas, de acuerdo con un artículo aparecido en el sitio de Children ‘s Hospital of Philadelphia.
Además, las vacunas que les son suministradas a los niños en los primeros meses de vida corresponden, precisamente, a enfermedades que suelen atacarlos a ellos de manera más grave y que en el pasado causaban millones de muertes en todo el mundo, como la polio, el sarampión, la rubéola, la parotiditis.
Adicionalmente, desde que abandonamos el vientre materno, nuestra piel, nariz, garganta y sistema digestivo se cubren con cientos de miles de bacterias contra las que nuestro sistema inmune tiene que luchar todo el tiempo. Si somos capaces de afrontar estas agresiones, ¿cómo no vamos a poder con un producto creado por seres humanos, probado durante años en sucesivas etapas de estudio, con altísimos estándares de efectividad y seguridad, sometido a severos controles por las empresas, gobiernos y organismos internacionales?
Además, por muchas vacunas que se le administren a un niño en un corto período de tiempo, estas siempre van a representar una gota de agua en el inmenso océano de cambios ambientales que estos deben afrontar diariamente para preparar a su sistema inmunológico.
Mito 5: Las vacunas contienen tóxicos como el aluminio y el mercurio que son dañinos para la salud
El mercurio y el aluminio son dos productos que se utilizan comúnmente en las vacunas. En el caso del aluminio, es utilizado como coadyuvante debido a que potencializa el efecto que producen las vacunas, de acuerdo a un artículo aparecido en el sitio de Children ‘s Hospital of Philadelphia.
Las preocupaciones en torno a su administración en las vacunas se basan en su capacidad para provocar enfermedades neurodegenerativas. Sin embargo, el mecanismo a través del cual esta sustancia causa esos desórdenes en el cuerpo no ha sido demostrado por la ciencia. Por el contrario, la efectividad y seguridad de las vacunas que contienen aluminio sí han sido probadas extensamente.
Además, un niño recibe 4.4 mg de aluminio en las vacunas en sus primeros 6 meses de vida; si se alimenta exclusivamente con leche materna recibirá 7 mg, 38 mg si es nutrido con otras leches y fórmulas industriales, y 117 mg si las fórmulas contienen soya. ¿Cómo puede ser peor el aluminio de las vacunas si su dosis es mínima comparada a algunas fuentes alimentares?
Otro compuesto, esta vez a base de mercurio, presente en la vacunas es el timerosal. Se utiliza para evitar el crecimiento bacteriano en los viales (frascos) que contienen más de una dosis.
A principios de siglo, una intensa campaña llevó a que el timerosal se eliminara de muchas vacunas en países “desarrollados”, por la preocupación que se generó entre padres de niños sobre posibles efectos adversos graves que este compuesto podía generar, a pesar de que la experiencia de décadas y los resultados de numerosos estudios demostraban que era seguro. Sin embargo, después de su eliminación, las tasas de estas enfermedades han continuado aumentando, de acuerdo con un reporte de los CDC.
Mito 6: Las vacunas causan enfermedades como el trastorno del espectro autista
Uno de los mitos más extendidos en torno a las vacunas es su capacidad de provocar trastornos del espectro autista (TEA). ¿De dónde se origina esta idea?
En los últimos veinte años la incidencia de los TEA ha pasado de 1 en 10 mil a 1 en 54 personas. Ese aumento expresivo, unido al hecho de que el diagnóstico de estas patologías se hace durante el segundo año de vida, ha llevado a que muchos padres las asocien con la vacunación, generalmente apoyados en teorías conspirativas sin base científica. Sin embargo, enormes metaanálisis, es decir, estudios de estudios, que incluyen a millones de personas, han demostrado que no existe asociación entre ambos fenómenos y que el aumento de la incidencia se debe a mejoras y mayor precisión en los instrumentos diagnósticos con los que se cuenta hoy en día.
Mito 7: Las vacunas pueden reemplazarse por una mejora en la higiene y la alimentación
Las vacunas, lo mismo que la higiene o una alimentación adecuada, son herramientas para una buena salud. El efecto de cada una de ellas ha sido bien documentado y existen múltiples ejemplos que así lo demuestran. De hecho, de acuerdo con un artículo cubano sobre el tema, las vacunas son la segunda mejor herramienta para la prevención de enfermedades de acuerdo a su balance costo-beneficio, solo superada por el saneamiento del agua.
Según la misma fuente, la introducción y desarrollo del Programa Nacional de Vacunación en la isla permitió en algunos años la eliminación de más de diez enfermedades como la difteria, el tétanos, la tosferina, la polio, formas graves de tuberculosis, el sarampión y la rubéola, así como la disminución a niveles mínimos de las tasas de incidencia y mortalidad de otras. Esto resulta, sin dudas, un logro extraordinario que se refleja en la salud de las personas y en su alta esperanza de vida.
En Cuba, afortunadamente, la cobertura de vacunación es considerada satisfactoria. En un artículo de 2016 se decía que este indicador estaba entre el 99 y 100 % para casi todas las enfermedades para cuyo combate tenemos inmunizantes.
En la isla se vacuna contra 13 enfermedades y 8 de estas vacunas son de producción nacional. En 2023, la cobertura de vacunación para todos los inmunógenos disponibles en el país fue del 96 %.
Mito 8: Las vacunas tienen efectos secundarios peligrosos que aún no se conocen
Es extremadamente difícil que vacunas ya probadas tengan efectos a largo plazo que aún no se conozcan. En primer lugar, estas herramientas médicas están diseñadas para ser eliminadas muy rápidamente del cuerpo, a diferencia de lo que sucede con aquellos medicamentos que tomamos de manera reiterada, de acuerdo con un artículo aparecido en el sitio de The University of Alabama at Birmingham, lo que hace prácticamente imposible que aparezcan reacciones inesperadas semanas o meses después de su administración.
Por otro lado, todos los medicamentos, especialmente las vacunas, por ser administrados a personas sanas, son sometidos a extensos y rigurosos estudios de seguridad que no solo se realizan antes de ser administradas a grandes grupos poblacionales, sino que continúan después de que terminan estas campañas.
Mito 9: Las vacunas producen cáncer
Desde el surgimiento de la vacuna antipoliomielítica, en los años cincuenta del pasado siglo, cuando un grupo de viales se contaminaron con un virus conocido como SV40, se especuló que las vacunas podrían generar cáncer. Años de investigación demostraron que no hubo ningún aumento de la incidencia de enfermedades oncológicas entre las personas vacunadas, lo que descartó la maliciosa hipótesis.
Con el advenimiento de la pandemia y la posterior fabricación de las vacunas en tiempo récord, este bulo tomó nuevamente fuerza. Sin embargo, no existe ninguna prueba de que las vacunas contra la COVID-19, especialmente las que utilizan la tecnología del ARNm provoquen cáncer. De hecho, algunos artículos con supuesta información científica sobre esta hipótesis han sido repetidamente negados y desacreditados según el sitio factcheck.org
Muy por el contrario, es un hecho comprobado que las vacunas previenen el cáncer. Tal es el caso de las vacunas contra el virus del papiloma humano (VPH), a las que dedicamos un artículo en nuestra sección, y las vacunas contra las hepatitis B y C, que, a diferencia del VPH, sí están incluidas en el programa de vacunación de Cuba.
Adicionalmente, existe información de que las vacunas contra la COVID-19 ayudaban a mejorar el estado inmunológico de pacientes con cáncer en la sangre.
Por último, en nuestro país contamos con la única vacuna terapéutica contra el cáncer de pulmón aprobada en el mundo, que ha demostrado tener muy buenos resultados en la práctica, alargando la vida con calidad a los enfermos en estadios avanzados de la enfermedad. A este tema también le dedicamos un trabajo en Vida saludable.
Mito 10: Las vacunas contienen un microchip que permite a los gobiernos y a las empresas rastrear a quienes se vacunan
Uno de los mitos más disparatados y simpáticos en relación a las vacunas, que circuló durante la pandemia, es el relativo a la posibilidad de que los gobiernos o empresas implanten un microchip en el cuerpo de las personas a través de las vacunas. Por increíble que parezca, una parte importante de los ciudadanos estadounidenses tomó esta teoría por cierta.
Por supuesto, todo esto resulta absurdo. En primer lugar porque no existe en la actualidad una tecnología capaz de ser administrada con las vacunas, que además tuviera la capacidad de soportar la acción del sistema inmunológico. En segundo lugar, de existir, necesitaría una fuente de energía capaz de atravesar selectivamente la piel, el músculo y la grasa corporal sin dañarnos. Finalmente, no hace falta introducir un microchip en nuestro organismo para rastrearnos; ese trabajo lo facilitamos a las grandes empresas cuando usamos dispositivos tecnológicos como los teléfonos inteligentes conectados a internet, que se han convertido en apéndices de nuestros cuerpos, así como tarjetas de crédito y montones de herramientas de vigilancia.
Para no caer en redes peligrosas
La existencia de mitos se basa en la necesidad que ha tenido siempre el ser humano de explicarse su realidad, especialmente cuando no la comprende del todo. Sin embargo, diferenciar el mito del hecho, especialmente el hecho científico, es vital para no poner en riesgo nuestra salud y la de nuestros seres queridos.
Durante la pandemia algunos conocidos líderes del movimiento antivacunas perdieron la vida y otros tuvieron que rectificar públicamente sus opiniones ante la evidencia contundente de la gravedad de la enfermedad producida por el coronavirus que le dio inicio. Personalmente, sé de personas que fallecieron a las que las vacunas hubieran podido salvarles la vida.
Y es que estas increíbles herramientas terapéuticas no son perfectas, pero evitaron más de 50 millones muertes durante ese lamentable episodio de nuestra historia.
Por eso, evitar el razonamiento motivado y el efecto Dunning-Kruger, no caer en las redes de noticias falsas y contrastar cualquier información con fuentes confiables podrían ser formas de “vacunarnos” contra esa otra epidemia de la estupidez humana que un gran hombre como Albert Einstein dijo una vez que era infinita.