En los últimos años, el uso de internet y de las redes sociales, en especial después de la masificación de los teléfonos inteligentes y la habilitación del acceso en los móviles en 2018, ha cambiado en muchos aspectos la vida de los cubanos.
De acuerdo con Cubadebate, en los primeros años 2000 solo 60 mil cubanos (0.5 %) tenían acceso a internet. Para 2016 la cifra rebasaba los 3.6 millones (32 %); solo dos años después eran 6.4 millones (57 %) los internautas en la isla.
Según datos ofrecidos por la ministra de Comunicaciones de Cuba, Mayra Arevich, en el marco del recién concluido Informática 2024, en la isla son usuarios de telefonía móvil “más [de] 7,8 millones de cubanos […]” mientras que “[…] 6,6 millones acceden a internet por esa vía.”
De acuerdo con Datareportal, en febrero de 2024 había en Cuba 6.69 millones de personas presentes en las redes sociales, nada menos que el 59.9 % de la población total.
Estos datos nos sitúan muy cerca de la media mundial en cuanto a algunos indicadores y por encima en otros. De acuerdo con el sitio We are social, del Reino Unido, en el mundo hay 5.48 mil millones de propietarios de líneas móviles, lo que representa el 68 % de la población del planeta. 5.18 mil millones de personas tienen acceso a internet, esto es el 64.5 %. Por último, 4.8 mil millones de usuarios a escala global son activos en las redes sociales.
No hay vuelta atrás. Las tecnologías de la información y el entretenimiento están presentes en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, facilitando la transportación, haciéndonos más sencillos el acceso a alimentos, salud, educación; facilitando mecanismos que estimulan nuestra capacidad para comunicarnos y socializar; permitiéndonos, en suma, estar más interconectados y ser más activos socialmente.
Sin embargo, de acuerdo con el sitio Tech.co, el uso excesivo de estas plataformas también se ha asociado con problemas de salud, aislamiento social y debilitamiento de la privacidad.
Problemas de salud asociados a las tecnologías
Como promedio, un adulto pasa a diario 6 horas y 35 minutos conectado a internet, esto es más del doble que el tiempo que pasamos viendo televisión (3 horas y 12 minutos). Sumando esas horas, la humanidad acumularía 1.4 mil millones de años conectada, de acuerdo con el Informe Digital Estadístico Global de Abril de 2023.
Entre los problemas de salud que más comúnmente se asocian al abuso de las tecnologías están los oculares, como cansancio visual, visión borrosa y síndrome de ojo secos. A su vez, estos pueden causar infecciones oculares, daños a la superficie ocular que podrían provocar la “inflamación ocular, abrasión de la superficie de la córnea, úlcera corneal y pérdida de la visión”, de acuerdo con Mayo Clinic.
La exposición a la luz azul de las pantallas de equipos inteligentes hasta altas horas estimula nuestro sistema nervioso al punto de hacerlo mantenerse despierto, como vimos en un artículo anterior. Esto se relaciona con trastornos del sueño que constituyen factores de riesgo para enfermedades como la depresión, diabetes mellitus y el cáncer, entre otras.
Una de las preocupaciones más persistentes por parte de los padres en relación con el uso y abuso de las tecnologías por los niños y adolescentes es que el tiempo de pantalla sustituye el que podrían dedicar a la actividad física y la socialización en persona. Esto a primera impresión podría relacionarse con un aumento de la obesidad en estas edades, con evidentes y negativas repercusiones para la salud. Sin embargo, investigaciones sobre el tema no han demostrado una relación directa entre el uso de dispositivos electrónicos, redes sociales, juegos y la obesidad, un fenómeno multifactorial complejo.
Tecnoferencia y su impacto en la vida social
Además de los problemas citados, uno de los temas que más preocupación generan es el relativo a “la tecnoferencia”. El término fue acuñado por el investigador de la Pennsylvania State University Brando T. McDaniel, y la investigadora Sara M. Coyne, de la Brigham Young University.
En 2016 ambos publicaron un artículo llamado: “’Tecnoferencia’: La interferencia de la tecnología en la relaciones de pareja y sus implicaciones en el bienestar personal y relacional de las mujeres” (“Technoference”: The Interference of Technology in Couple Relationships and Implications for Women’s Personal and Relational Well-Being). En dicho estudio definieron la tecnoferencia como “la intrusión o interrupción en la interacción de la pareja o el tiempo compartido que se debe a la tecnología”.
Según los investigadores, la tecnoferencia “puede ocurrir en cualquier tipo de relación interpersonal y puede variar desde interrupciones en la conversaciones cara a cara a la intrusión en la experiencia individual con las parejas cuando deciden, durante sus momentos de ocio, chequear sus dispositivos, incluso si la pareja no estaba interactuando en ese exacto momento”.
En el estudio, que incluyó a 143 mujeres heterosexuales, casadas o que cohabitaban con sus parejas, se encontró que el 70 % de las participante percibían que las computadoras, celulares o televisores interferían en su relaciones algunas veces o con frecuencia. Una parte importante reportó tecnoferencia durante sus conversaciones personales, durante el tiempo de comida y en el momento en que compartían con sus parejas.
Uno de los resultados más importantes del estudio es haber demostrado el potencial de la tecnología para interrumpir la interacción cara a cara por su carácter “siempre presente” (ever-present) y “siempre encendido” (always-on). Adicionalmente, los investigadores encontraron que la tecnoferencia es frecuente y, aun cuando solo sea responsable de pequeñas interrupciones, puede ser fuente de conflictos.
Además, hallaron una relación bidireccional entre el fenómeno y la depresión. Ocasionalmente, hay quien se refugia en la tecnología al sentirse deprimido. Sin embargo, cuando no encuentra en las redes o en internet la solución a sus problemas o la satisfacción que está buscando, lo que habitualmente ocurre es que la sensación de depresión se intensifica.
Los investigadores concluyeron que la tecnoferencia afectaba el bienestar personal y de la pareja. De hecho, las participantes en el estudio que la percibieron en su vida cotidiana tuvieron tendencia a entrar en conflicto con el uso de la tecnología, así como reportaron menor satisfacción en la relación de pareja y en su vida cotidiana. Estos resultados se encontraron incluso en los casos con pequeños niveles de incidencia del fenómeno.
Desde entonces, en la misma medida en que crece el acceso y uso de estas tecnologías, y se hace patente la omnipresencia de las redes sociales y de internet, el interés por investigar el impacto de la tecnoferencia en la vida de las personas ha sido creciente. Una búsqueda en Google Scholar con el término technoference (tecnoferencia, en inglés) mostró 1960 resultados.
Nigunofoneo, cuando la pantalla brilla el resto se apaga
Un concepto relacionado con el anterior es el “ningufoneo”, una manera de traducir la voz inglesa phubbing, que se refiere “al hecho de que una persona solo preste atención a un dispositivo móvil sin hacer caso de su entorno, en especial a las personas que la rodean”, según Fundéu. La voz phubbing nace de la fusión de dos palabras: phone (teléfono) y snubbing, que en inglés significa desaire, desprecio o ninguneo.
A través de los años se ha demostrado que la tecnoferencia y el ningufoneo afectan diferentes aspectos de la vida y el desarrollo individual. Por ejemplo, recientemente se publicó el estudio “Tiempo de pantalla y conversación padres-hijos cuando los niños tienen entre 12 y 36 meses” (Screen Time and Parent-Child Talk When Children Are Aged 12 to 36 Months), en el que participaron investigadores de varias universidades australianas. Partieron de la importancia de un ambiente rico en lenguaje durante los primeros años de vida para el desarrollo socioemocional y del habla de los niños, así como para su capacidad intelectual y función cerebral.
Entre los resultados del trabajo estuvo que el tiempo de exposición a pantallas pasó de 1 hora y 28 minutos diarios cuando los niños tenían 12 meses, a 2 horas y 52 minutos 24 meses después. Esto excede por mucho el tiempo recomendado por la OMS. Para niños de 1 a 2 años lo recomendado es que no permanezcan tiempo en absoluto frente a las pantallas de los equipos, en tanto que para mayores de 24 meses insta a los padres a que los pequeños las usen por no más de 1 hora y, si es menos, mejor.
Quizá el resultado más importante del estudio sea que por cada minuto adicional que los niños pasaban frente a una pantalla se reducía en 6.6 el número de palabras que los adultos les dirigían, en 4.9 el número de vocalizaciones de los niños y en 1.1 los turnos de conversación. Los investigadores concluyeron que se deben crear estrategias que limiten el tiempo que los niños pasan frente a las pantallas, así como se debe promover la visualización conjunta interactiva (interactive co-viewing).
Por otro lado, una revisión sistemática de la bibliografía conducida por investigadores del Reino Unido concluyó que existe evidencia que sugiere “que los padres deben estar conscientes de que el entorno en que utilizan sus dispositivos electrónicos puede influir en la salud mental de los adolescentes y en la aparición de conductas violentas”.
Ya un estudio llevado a cabo en China encontró que “el ningufoneo por parte de los padres tuvo un efecto negativo en la satisfacción de la vida de los adolescentes”. Asimismo, “el efecto del ningufoneo fue significativo en la satisfacción de la vida de los adolescentes temerosos o preocupados, no así en aquellos seguros y despreocupados”.
Resulta evidente que la tecnoferencia y el ningufoneo son fenómenos que, aunque no han demostrado una relación directa con problemas de salud mental, sí son capaces de afectar las relaciones interpersonales, de pareja y dentro de la familia, lo cual podría tener un impacto en el desarrollo de los niños y en su salud mental, así como en la aparición de sentimientos de inseguridad y conductas violentas en adolescentes.
La adicción silenciosa
En 2022 un estudio del Instituto Naval de los Estados Unidos definía la “muerte por distracción digital” como una consecuencia extrema del uso de la tecnología. De acuerdo con los investigadores, el 78 % de los jóvenes estadounidenses entre 18 y 24 años usaban las redes sociales; la mayoría, varias veces al día.
Los investigadores comparten algunos datos preocupantes sobre este grupo generacional:
- De todos los grupos de edades en el que la tasa de suicidio crece más rápidamente está el comprendido entre 15 y 34 años.
- Desde 2013 los diagnósticos de ansiedad y depresión han aumentado un 33 % en el país, sin embargo creció más rápidamente entre la generación millennials 1 (47 %).
- La tasa de fertilidad ha decrecido en los Estados Unidos desde 2008, mientras que los casos de disfunción sexual eréctil como resultado de la visualización excesiva de pronografía en línea han aumentado.
- Estudios recientes sugieren que solo el 56 % de los estudiantes de secundaria en años terminales tienen encuentros románticos, una cifra en extremo baja.
De acuerdo con un estudio llamado “Adicción digital y sueño” (Digital addition and sleep), todo esto se relacionaba con síntomas indicativos de adicción a las tecnologías tales como “depresión, ansiedad, soledad, alejamiento de familiares y amigos, deprivación del sueño y trastornos emocionales”.
Un término relacionado con el anterior es el de adicción a internet, descrito como “excesiva o pobremente controlada preocupación, urgencia o comportamiento respecto al uso de la computadora y el acceso a internet que generaba angustia en los pacientes”. Téngase en cuenta que en el momento en que se estableció el término (2008) no estaba tan extendido el uso de los teléfonos inteligentes. El trastorno estaba asociado con fenómenos concomitantes como la depresión, el aislamiento social y los desórdenes por abuso de sustancias (las conocidas adicciones).
Ambas patologías tienen en común con las adicciones tradicionales, por ejemplo al tabaco y al alcohol, el carácter “compulsivo, habitual e incontrolado” y se han relacionado fisiopatológicamente con los mismos mecanismos celulares y el desequilibrio de los neurotransmisores, que son la base de las adicciones.
El espectro de los síntomas incluye el aislamiento social y los trastonos alimenticeos, que acompañan una severa pérdida de sueño, trastornos emocionales, depresión y mal funcionamiento de la memoria, que en casos extremos puede llevar al suicidio.
Un metaanálisis llevado a cabo en 2021 por investigadores chinos encontró que la prevalencia estimada a nivel global de la adicción a los teléfonos celulares era del 26.99 %; la adicción a la redes sociales, 17.42%; mientras se expresaba un 14.22% para la adicción a internet; la adicción al cibersexo fue de 8.23% y a los juegos fue de 6.04%. La región más afectada fue el Mediterráneo oriental, así como los países con ingresos bajos y medios.
En el estudio, los hombres presentaron mayor riesgo de adicción a internet y a los juegos. Finalmente, se observó un creciente incremento a la adicción digital en las dos últimas décadas, con un empeoramiento dramático en los años de la pandemia (2020-2022).
Todos estamos en riesgo
Como se ve, el uso de las tecnologías, más allá de las facilidades, puede generar trastonos en la salud física y emocional, dañar las relaciones de pareja, familiares y parentales, y llegar, en ocasiones, al nivel de adicciones cuando no pueden ser controladas, afectando de manera significativa la realización personal, provocando aislamiento, depresión y, en ocasiones, suicidio.
Todos los que usamos estos dispositivos e interfaces estamos en riesgo de vernos afectados, de una u otra manera, por los fenómenos mencionados, cuya naturaleza compleja no debe ignorarse: los efectos son graves.
Sin duda, las generaciones más jóvenes (en especial los nacidos a partir de 1995) son las más afectadas. En primer lugar, por haber nacido en medio de la eclosión de estos dispositivos en la vida cotidiana y porque su propia edad y falta de familiaridad con otros mecanismos de socialización los hace más vulnerables a la dependencia y a sus consecuencias negativas. Sin embargo, todos debemos estar alertas para que nuestra vida digital no suplante la existencia fuera de las pantallas.
Algunas recomendaciones tomadas del sitio Área Humana podrían ayudarnos a mantener relaciones sanas con los ambientes digitales:
- Limitar el uso de los dispositivos digitales en determinados momentos, como mientras estudiamos, estamos en clase, viendo una película u otra actividad recreativa, en una reunión familiar o con amigos, centrándonos en la conversación.
- Establecer un tiempo máximo de uso y un horario adecuado para los dispositivos, recordando apagarlos antes de dormir.
- Prestar atención a la seguridad de nuestros dispositivos, en particular en lo concerniente al ciberbullying (ciberacoso), intrusiones a nuestra privacidad…
- Diversificar el tiempo del ocio, en especial limitando el uso de las tecnologías.
- Prestar atención a las señales, si [el sujeto] pasa mucho tiempo conectado, le cuesta trabajo alejarse del dispositivo o personas cercanas se lo han advertido, puede ser que tenga un problema.
- Control del tiempo y ubicación durante la infancia y la adolescencia. En estas etapas también es de vital importancia controlar el contenido y establecer la ubicación de los dispositivos en dependencias comunes, por ejemplo la sala, para prevenir el abuso y la adicción.
- Buscar ayuda ante señales de ansiedad o depresión, o si la situación se ha vuelto incontrolable; puede estar desarrollando una adicción.
De ninguna manera se trata de demonizar una tecnología que ha venido a cambiarnos la vida para bien. Sin embargo, debemos estar atentos a sus efectos negativos, que los hay y no son pocos. Converse sobre estos temas en familia, comparta sus impresiones con amigos, se trata de un problema creciente en nuestra sociedad y todos podemos estar en riesgo o haber sido afectados por él sin que nos diéramos cuenta.
Nota:
1 También conocida como generación Y, la millennial comprende a los nacidos aproximadamente entre 1981 y 1996.