Voces cubanas ha buscado, esta vez, conversación con Norge Espinosa Mendoza (Santa Clara, 1971). Poeta, crítico, dramaturgo, y también asesor teatral. Sus poemas y obras teatrales se han publicado y representado en Cuba y en el extranjero. Actualmente trabaja en la edición de las memorias del coreógrafo Ramiro Guerra
Desde hace algún tiempo la sociedad cubana se transforma social y económicamente y se visualizan demandas de diversa índole por varios sectores. ¿Está el Estado cubano en capacidad para absorber y gestionar esas demandas?
Esta pregunta implica responder como quien dispara a un blanco en movimiento, porque el proceso en el que estamos los cubanos implicados carece de una serie de sedimentaciones, garantías, puntos de afianzamiento, que ya deberían existir a estas alturas, pero que en la cotidianidad, en el vivir tan accidentado que desde hace décadas es nuestro paisaje, aún no operan debidamente o apenas comienzan a ser reclamados o re-funcionalizados.
La inflexión que impone la muerte de Fidel Castro, como líder y gestor de un concepto de Revolución que se medía a partir de su presencia e influencia, ha debilitado las retóricas, los discursos, los procederes de un Estado que no ha conseguido renovar esas proyecciones, y que al mismo tiempo sabe que debe hacerlo sin demasiada tardanza.
El imaginario colectivo también dialoga en distintos modos con esa ausencia, con la idea de una Cuba en la cual mantener viva la noción de Revolución se mueve entre la imagen de museo y la necesidad impostergable de que el país abra otros canales de diálogo y provecho en su propio bien.
No es que parte de ello no se esté haciendo, el problema radica en la eficacia de cómo implementarlo cuando perviven la burocracia, la pereza institucional, la torpeza a la hora de instaurar nuevos protocolos, y además, se acrecientan de modo tan obvio las carencias.
Durante décadas el Estado ejerció un control casi monolítico sobre las fuerzas productivas, y hoy esa realidad cambia, aunque seamos testigos y parte de una tensión que parece forcejear entre conceder esas libertades y flexibilizar todos los engranajes que deben funcionar para que tal cosa sea realmente efectiva.
Sometida a presiones sin dudas muy fuertes, Cuba tendría que reformatear desde la base una serie de metodologías y prácticas que la reconectaran a la manera en que el mundo opera hoy, a una velocidad de la que estamos distantes.
Y eso no tiene que ver solamente con el peso de algunas de esas presiones, sino con una apertura de mentes y empeños que dejen de ver al enemigo en todas partes y sigan usando ese pretexto para frenar potencialidades que este país posee, empezando por su capital humano.
Es hora de atender no solo a una idea política de la Nación, sino a muchas otras c(u)alidades de lo político entre nosotros, y eso incluye, por supuesto, la voz de ese individuo que necesita algo más que la saturación impuesta a partir de las mismas y ya no siempre útiles palabras.
¿Cuál es su opinión sobre la intensificación de las sanciones a Cuba que tuvieron lugar durante la administración Trump en medio de esta crisis agravada por la pandemia y sus consecuencias sobre el país?
Hay que reconocer que, en cuanto a Cuba, Trump supo cumplir lo prometido en el Teatro Artime de Miami. Y que para demostrarlo, cíclicamente apretó las tuercas sobre el asunto Cuba, con sanciones que solo se detuvieron tras el cierre de su periodo presidencial.
Sus asesores indicaron los puntos débiles de la realidad cubana, y trabajaron sobre esas neuralgias, cerrando el acceso a visas, y a remesas, con lo cual se cortó un canal de alimentación que como quedó demostrado, tenía una influencia mucho más sensible de lo que algunos creían y aceptaban sobre nuestra realidad.
Ello denota que no era difícil organizar un plan de ataque “en frío” contra tales paliativos, que ya formaban parte de nuestra realidad y que se vinieron fácilmente abajo.
Durante el “idilio” de Obama con nuestro país, tan intenso como breve, siempre me pregunté cuánto de lo que se avanzó en ese periodo quedaría en pie si como sospechábamos, viniera a sustituirlo un presidente republicano.
No son solo medidas que asfixian a gran parte de nuestra población, bajo la excusa de recortar ingresos a las arcas del Estado, sino que han acrecentado una serie de rencillas, desentendimientos y odios entre Cuba y el exilio que en otro orden, no menos importante que el material, dejan una estela penosa que habla a su modo, de los traumas y las incomodidades que en la vida de muchas personas sigue siendo Cuba, estén donde estén.
De ese daño, que ha sido caldo de cultivo para las nuevas campañas de des-información sobre nuestro país, acaso tardemos mucho en reponernos.
La actual dinámica socioeconómica genera cambios en la composición clasista o de sectores de la sociedad cubana y sus dinámicas de desigualdad. ¿Cómo ve este problema y sus posibles soluciones?
Una cosa es verlo y otra poder describirlo, cuando nos falta mucha información interna acerca de la realidad en la cual todo eso se agita ahora mismo.
Pervive el clasismo, el racismo, el sexismo, en una sociedad que se levanta diariamente “a luchar” asuntos muy inmediatos y acelerados por una noción política también febril.
Yo les respondo tras los hechos del 11 de julio, que indudablemente dejaron una señal de alerta muy grave acerca de esas cuestiones y otras que una investigación a fondo debería esclarecer.
A pesar de las campañas de avance e inclusión que el Estado ha impulsado, su propio discurso se desdibuja cuando se refiere a nuestra sociedad como una masa que, según demuestre su apoyo o desacuerdo con ciertas medidas, pasa de ser un conjunto afirmativo a la causa revolucionaria, o se reduce a grupúsculos de mercenarios, vendidos, traidores, etcétera, cuando arrecian los disensos.
El propio Estado ha debido reconocer que la apertura de las tiendas en MLC ha tenido un eco de impopularidad entre nosotros, pongamos por caso.
El acercamiento actual de los funcionarios del Estado a zonas periféricas, tras los hechos del 11J, deja ver qué poco conectados a la realidad de quienes los habitan se ha estado por mucho tiempo, y eso no se arregla solamente con pintar calles o reparar canteros.
Las diferencias, acrecentadas ahora por el cambio monetario y la ineficacia de tal hecho (sin dudas esperado y necesario, aunque aconsejable en un periodo menos agobiante como este), y la inflación que dispara los precios de todo en las calles, pasando hasta por medicamentos.
Creo que se impone un análisis a fondo de ese concepto que es ahora mismo la “sociedad cubana”, distante de lo que fuimos en los 80 y hasta en los 90, donde ha bajado el nivel de escolaridad (no hay más que asomarse a las redes para ver qué mala ortografía abunda en un país que se preció del nivel educacional de sus ciudadanos).
Añádase a ello que el alto contraste generacional, entre quienes fueron educados y nacidos durante la Revolución, y los que hoy no encuentran esos referentes en lo que confrontan día a día, también añade leña al fuego. No, no somos el mismo país. Y ello, por lógica, también debiera preocuparnos y ocuparnos con más franqueza. Por ahí deberían empezar las soluciones.
En un contexto económico y social como el actual, ¿cuál es el espacio que tiene hoy la crítica social?, ¿Cuál espacio tienen, y deberían tener, los activismos ciudadanos, como el orientado a la defensa de los derechos de la comunidad LGTBIQ+?
Te confieso que yo mismo me lo pregunto: ¿cuál es ese espacio?. Los recientes encuentros del presidente y su equipo, con algunos jóvenes universitarios y periodistas, dan la medida de su ausencia real entre nosotros. Del severo desentrenamiento que no solo ellos poseen, en varios casos, para nombrar con objetividad los problemas que deberían ser parte de su trabajo y sus perspectivas, tras años de un ejercer ocioso en nuestra prensa, en cuyos medios más legitimadores apenas hay sitio para ello.
La idea de una crítica falsamente constructiva, la tibieza con la cual nos referimos a ciertos temas, la manera en que a veces más que ejercer la crítica parecemos pedir disculpas porque vamos a emitir un criterio, son señales graves de esa realidad fragmentada: la del país en su nivel de a pie y la que generan los medios, desde una voluntad que apela a la doctrina y al uso hueco de grandes frases.
Nos falta no una crítica, sino una conciencia crítica de nuestra realidad, entendida como actitud y aptitud, y por la cual nadie debe sentir vergüenza ni temor a la hora de manifestarla. Ese espacio ha sido sustituido por el caldeado territorio de las redes, donde se ha confundido la voluntad de decir en “mi espacio” lo que me da la gana, con las claves que la ética, el diálogo desde el respeto y la confirmación de datos deberían hacer más perceptibles.
En cuanto a los activismos ciudadanos, son voces que chocan constantemente contra esos muros. Tras los sucesos del 11J , se dijo que era necesario abrir espacios para que todas las voces implicadas en ellos, cualesquiera fuesen sus criterios, resultaran atendidas.
A estas alturas, salvo muy contadas excepciones (Alma Mater, digamos), la “gran prensa” cubana oficial nos tiene a la espera. La televisión, en particular, sigue ciega y sorda ante tal reclamo, anclada por lo general en posicionamientos extremos.
No hay que olvidar lo sucedido el 11 de mayo de 2019, cuando la comunidad cubana LGBTIQ+ convocó a una marcha en el Prado a fin de no perder la visibilidad ganada tras años de silencio.
Esa fue una de las señales a las que me referí tras el 11J: una advertencia de cómo se iban organizando otros focos de opinión y convocatoria en nuestra sociedad a la que el Estado debería estar más atento, en pos de crear un canal de diálogo y transparencia que no tuviera que crearse a toda prisa cuando el estallido ya resultaba inevitable.
Hay que exigir por la participación de esos activismos en las decisiones que nos tocan a todos, seamos o no parte de grupos pro animalistas, ecológicos, raciales o sexuales…, sobre todo para que nadie se sienta desamparado cuando se implementa una legislación que incide en su vida, y sobre la cual no fue tenida en cuenta su opinión, como debiera ser un contexto realmente participativo.
Que nos importe no solo la Historia, sino también las Biografías. Ahora mismo está por salir a discusión el Código de Familia en el que se vuelve a discutir el reconocimiento a núcleos homoparentales y en la comisión que lo redactó no sabemos si hubo personas LGBTIQ+, cuyos criterios hayan sido parte de ese procedimiento. Es hora de que sea nuestra voz, y no la de quienes nos representan desde privilegios de los que carecemos, la que hable por nosotras y nosotros.
¿Cuáles cree que son los desafíos más complejos para la nación, el socialismo y la cultura cubana en este momento?
Voy a ser breve, que ya he hablado mucho. Quizás el mayor desafío tenga que ver con la confianza, con la capacidad de crear un canal de confiabilidad que restañe un grado de respeto mutuo entre los representantes del Estado y la sociedad a la que se deben, a fin de que eso produzca una conversación a fondo entre ambas partes, honesta y no filtrada a partir de ciertas prerrogativas y estrecheces, sobre todo de pensamiento.
Un debate equilibrado, donde se subraye lo positivo, aunque no se difumine todo lo que ya es impostergable. Es un proceso mutuo y gradual, pero que debe tener resultados concretos, desde la mesa y el bolsillo de cada uno según su trabajo, hasta la espiritualidad y la fe individual de lo que nos hace reconocernos como parte de Cuba, desde cualquier cardinal. Y en eso, francamente, todavía tenemos mucho, pero mucho, por hacer.